El término biofilia lo popularizó más tarde, en 1984, el biólogo Edward O. Wilson, quien sostenía que anhelamos una conexión con la naturaleza. Es esta idea, la de nuestro deseo innato por el mundo natural, la que sigue impulsando el debate. En fin, el término puede ser nuevo, pero la idea no lo es. Como tampoco lo es su aplicación en el ámbito de la arquitectura y el interiorismo. La primera edad de oro de la biofilia tuvo lugar a mediados del siglo XX, con el auge de las multinacionales. En un primer momento, estas empresas se establecieron en las ciudades pero, a medida que fueron invirtiendo más en la investigación y el desarrollo, se trasladaron a zonas rurales, donde sobraban terrrenos baratos, y crearon campus propios lejos de la atención de posibles espías industriales.
Estos espacios se asemejaban a campus universitarios tanto en su forma como en su función, situados en zonas verdes y con una fuerte vinculación con la naturaleza y la aparente conciencia social de la empresa. En los años 50 y 60, empresas como General Electric, AT&T Bell y John Deere crearon campus en parajes idílicos por todo Estados Unidos. En Reino Unido, la empresa farmacéutica ICI compró en 1950 un pabellón en ruinas y las 350 hectáreas de parques circundantes de Alderley Park, en Cheshire, para crear su propio campus rural, que incluía tierras de cultivo y estanques junto a los edificios de investigación.
Este enfoque aparece en el libro Capitalismo Pastoral: Una historia de paisajes suburbanos corporativos, de la profesora Louise Mozingo, que afirma que el apogeo de este fenómeno fue el Centro Administrativo de Deere & Company en Moline, Illinois (EE. UU.). La autora sostiene que el edificio principal, un brillante proyecto del arquitecto Eero Saarinen, debe su valía principalmente a su entorno, ya que permitía a la gente contemplar laderas boscosas, estanques y un exuberante valle creado por el arquitecto paisajista Hideo Sasaki.
Diseño biofílico, un modelo perdurable
Este modelo de diseño biofílico perdura, como demuestran los campus más conocidos de los gigantes tecnológicos mundiales. Por ejemplo, el campus de Apple en Cupertino consiste en un edificio circular monolítico rodeado de jardines. Sin embargo, el diseño debe menos a la estética de los campus universitario que algunos de sus predecesores; de hecho, es manifiestamente un espacio corporativo. Lo mismo ocurre con el recientemente anunciado HQ2 de Amazon, que ha renunciado a un entorno rural en favor del centro de la ciudad de Arlington (Virginia). Los planes para el campus de 2.500 millones de dólares anunciados en febrero incluyen una torre de cristal de 106 metros, tres torres de 22 pisos con unos 260.000 metros cuadrados para oficinas, un anfiteatro al aire libre con 250 asientos, espacios verdes públicos y otros edificios. La pieza central es una torre cubierta de plantas que, según la empresa, subraya su compromiso con el medio ambiente y el diseño biofílico.
Solo mirar imágenes de la naturaleza puede bastar para reducir los niveles de estrés en el trabajo.
A diferencia de muchos de los campus del pasado, este es un entorno muy controlado. Más invernadero que paisaje. También confirma algo que hemos aprendido sobre el diseño biofílico: que las formas naturales pueden mejorar nuestro bienestar casi tanto como la naturaleza real.
Jeff Bezos explicitó esta intención al describir la estructura de doble hélice de la torre principal de HQ2. «La belleza natural de una doble hélice puede verse en todo nuestro mundo, desde la geometría de nuestro propio ADN hasta la forma elemental de las galaxias, los patrones climáticos, las piñas y las conchas marinas», afirmó.
Investigadores del Centro Médico de la Universidad Libre de Ámsterdam, en Países Bajos, estudiaron recientemente cómo mejoraba la sensación de bienestar mediante la observación de imágenes de escenas y formas naturales. Los participantes, equipados con sensores para controlar el ritmo cardíaco y los niveles de estrés, tenían que resolver problemas matemáticos.
Después veían una de dos series de imágenes. Ambas representaban entornos urbanos, pero una incluía vegetación entre los edificios, mientras que la otra solo mostraba edificios. Los resultados, publicados en la revista International Journal of Environmental Research and Public Health, demostraron que los participantes que vieron imágenes naturales tenían niveles de estrés más bajos y se sentían más descansados después.
No hay nada mejor que la realidad
Aun así, no hay nada mejor que la realidad. Un estudio académico de 20.000 personas publicado recientemente en la revista Nature Communications concluyó que pasar tiempo en un entorno natural tiene un valor aproximado de 4,5 billones de libras esterlinas al año solo en términos de mejora de la salud mental.
El creciente interés por la biofilia es un signo de la búsqueda de las empresas de formas sofisticadas de hacer frente a una serie de retos interrelacionados.
El creciente interés por la biofilia es una señal de la búsqueda de las empresas de formas sofisticadas de hacer frente a una serie de retos interrelacionados, entre los que destaca el compromiso con los empleados y el cuidado de su bienestar al tiempo que se mejora la productividad. El diseño biofílico ha demostrado tener una serie de efectos beneficiosos en este sentido.
También es una forma muy moderna de abordar las cuestiones de la productividad y el bienestar. El planteamiento adoptado por las empresas más ilustradas consiste en crear culturas y entornos que fomenten el compromiso, mejoren el bienestar, hagan frente al estrés y las presiones y ayuden a las personas a ser más productivas. La biofilia desempeña un papel esencial en este sentido.
En la Naturaleza la forma sigue a la función tanto como en cualquier buen diseño humano. Las cosas que existen en el mundo natural tienen el aspecto que tienen únicamente en función de para qué sirven y por muy buenas razones.
La humanidad suele acabar estudiando y aprendiendo, por lo que cada vez somos más capaces de entender los principios de cómo y por qué la naturaleza hace las cosas que hace. Esos mismos principios pueden aplicarse ahora a las formas que creamos cuando diseñamos una oficina. La tecnología no solo nos permite imitar a la naturaleza en forma de imágenes, texturas y colores, sino también adoptar parte de su sentido práctico y funcionalidad.
Este campo de estudio se conoce como biomimética. Está estrechamente relacionada con la idea de biomímesis, que es un término más reconocido pero que se ha subvertido un tanto injustamente para describir el diseño de materiales y objetos que se parecen a objetos naturales.
La biomimética, en cambio, describe con más precisión el diseño de objetos que imitan la función de las formas naturales. Es fácil entender por qué este proceso atrae a los diseñadores. Estas formas han sido desarrolladas y refinadas por fuerzas naturales durante cientos de millones de años para crear soluciones perfectas a retos específicos. La naturaleza rara vez derrocha e invariablemente crea formas perfectamente alineadas con las funciones. Para nosotros, comprender cómo surgieron estas formas y qué consiguen solo se traduce en un beneficio.
El diseño biofílico y el sentido de la armonía
El arquitecto Frank Lloyd Wright comentó en una ocasión que «la armonía entre los asentamientos humanos y el mundo natural solo es posible mediante planteamientos de diseño tan comprensivos y bien integrados en su entorno, que los edificios, el mobiliario y sus alrededores formen parte de una composición unificada e interrelacionada». Llevó a la práctica lo que predicaba, especialmente con el que quizá sea su diseño más famoso, la Casa de la cascada (o Fallingwater).
La importancia de estos estados fisiológicos en la salud individual y comunitaria es fundamental y de gran alcance.
No obstante, la cuestión puede estar entrando en una nueva fase. Es posible que en un futuro próximo oigamos hablar mucho más del diseño salutogénico.
Salutogénesis es un término acuñado por el sociólogo médico Anton Antonovsky y hace referencia a sus investigaciones en los años 70 y 80 sobre los vínculos entre el estrés y la salud física y mental. Antonovsky descubrió que la dicotomía tradicional entre salud y enfermedad no bastaba para describir la constante evolución de aquello que experimentan las personas en su vida cotidiana. Derivó el término como antónimo de patogénesis, que describe la causa de las enfermedades.
Sus estudios se centraron especialmente en cómo responden las distintas personas a la omnipresencia del estrés. Observó cómo algunas personas no sufrían los efectos nocivos de unos niveles estrés que otros consideraban incapacitantes. Lo explicó sugiriendo que la clave residía en el sentido de coherencia de la persona, un término que enlaza con la idea de que el diseño biofílico es una forma de conectarnos con el mundo.
La coherencia, en este sentido, se define como «una orientación global que expresa hasta qué punto uno tiene un sentimiento de confianza generalizado, duradero aunque dinámico, de que los estímulos derivados de los entornos internos y externos de uno en el curso de la vida están estructurados, son predecibles y explicables; uno dispone de los recursos para satisfacer las demandas planteadas por estos estímulos; y estas demandas son desafíos, dignos de inversión y compromiso». Antonovsky llegó a la conclusión de que «más allá de los factores de estrés específicos que uno pueda encontrar en la vida, y más allá de su percepción y respuesta a esos acontecimientos, lo que determina si el estrés le causará daño es si el estrés vulnera o no su sentido de la coherencia».
Pensamiento coherente
Es interesante observar que, dentro de la definición de coherencia, el entorno externo tiene un papel que desempeñar. En otras palabras, es posible ayudar a las personas a desarrollar un sentido de la coherencia mediante su entorno, que puede ser tanto su entorno físico como cultural. Este tema ya ha sido explorado por diseñadores e investigadores, pero el gran interés actual por el bienestar y el diseño puede implicar que su momento aún está por llegar.
Alan Dilani, fundador de la Academia Internacional de Diseño y Salud (IADH) y cofundador de la revista World Health Design, publicó en 2008 un estudio sobre esta relación en la revista Design and Health Scientific Review, titulado Psychosocially supportive design:A salutogenic approach to the design of the physical environment (Diseño psicosocial de apoyo: un enfoque salutogénico del diseño del entorno físico), en el que se concluía que «aunque la práctica clínica se centra en el tratamiento de la enfermedad, también hay numerosas investigaciones que sugieren que la calidad de nuestro entorno cotidiano desempeña un papel muy importante en el mantenimiento del bienestar».
Cuando el espacio de trabajo resulta más manejable en términos de control de las condiciones ambientales, posibilidad de relajarse, provisión de productos ergonómicos y acceso a la luz natural y aire fresco, este contribuye al sentido de coherencia del individuo.
Cuando el trabajo tiene sentido y genera sentimiento de comunidad, una comprensión de cómo el papel de un individuo afecta a la organización y al mundo en general y cómo la empresa cuida del medio ambiente, este contribuye al sentido de coherencia del individuo.
El diseño biofílico ya se ha generalizado y no sería de extrañar que el diseño salutogénico fuera la siguiente idea en incorporarse al pensamiento empresarial dominante.